No hay forma de que se le deje de prestar atención a
cada palabra y cada gesto del papa argentino, Jorge Bergoglio o Francisco, de
acuerdo con la denominación escogida para ejercer el papado.
Posiblemente sea que, por ese mismo vértigo generado,
no siempre se consigue el tiempo para interpretar el verdadero sentido de sus
palabras y se avanza en “bruto”, siguiendo la inercia histórica frente a estos
temas. Así, se le festeja o condena por anticipado, sin dar espacio al análisis.
Pero frente a afirmaciones muy puntuales, resulta
ridículo observar cómo el clima de celebración crece entre quienes piensan
desde polos opuestos en medio de ese apuro.
Así, la semana pasada hubo alegría de parte de
quienes reclaman una rediscusión de las posiciones de la Iglesia en torno a la
homosexualidad, el aborto o divorcio, pero también departe de los que sostienen
la postura histórica de la Iglesia. Ambos creyeron entender guiños a su favor
de parte del papa. Pero no: no hay doble discurso esta vez. Lo que hay es
discurso, palabras, afirmaciones, propuestas, debate. No hay promesa de hablar
de esos asuntos: directamente el papa –en una posición inédita- habla sobre
ellos y despierta una avalancha a su alrededor.
De la última “bergogliada” de la que se da cuenta es
la posibilidad de que sea ascendida al rango de cardenal una mujer. Una verdadera
bomba desde adentro de un espacio que marginó al sexo femenino a un rol
secundario en la hermética estructura del poder católico.
Pero, ¿de dónde surge precisamente esa especulación?
De la tarea que toda una nueva generación de periodistas abocados a seguir paso
a paso al papa Francisco debe realizar: poner un freno al frenesí, releer y
escuchar atentamente lo que el jefe de la Iglesia Católica dice.
En su extensa entrevista con “Civittá Católica”,
Bergoglio dijo: "La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer”. De allí
que los periodistas de “El País” de Madrid interpretaran que lo que está
diciendo el papa es: "La Iglesia no está aún completa porque en ella falta
la mujer”.
No se puede aplaudir o criticar al papa en función
de preconceptos. Su ímpetu, se crea o no en él, deja una tarea constructiva
para toda la humanidad: observarlo, escucharlo, ir a las fuentes más directas y
repasar el dogma; estar atentos a las reacciones a su alrededor (inmediato y
lejano) y ofrecer caminos para ser partícipes del debate.
Esto indica que Bergoglio está consiguiendo –sin que
medie Concilio alguno- una situación histórica. Decir lo que dijo sobre las
mujeres y la Iglesia no es una frase al pasar, sino toda una condena a la
propia estructura que dirige y no le resultará fácil dar los pasos que parece
querer dar: los sectores más conservadores ya pasaron su momento de euforia y comienzan
a operar en sentido contrario al señalado por el papa.
El solo repaso de seis meses de papado deja un
resultado que ni siquiera un siglo entero, con todo lo que ello implica, con su
Pio IX, Juan XXIII y Juan Pablo II, pasando por Paulo VI, se sospechó que podía
darse. Así, el papa de una iglesia acusada de oscurantismo, pedofilia y
corrupción abre ventanas por todos los rincones del imperio Vaticano en todo el
mundo.
Allí en donde alcanza un gesto, es bienvenido, como
en su mensaje de humildad personal, de austeridad en la gestión, de
optimización de tantos edificios eclesiásticos vacíos. Primeros pasos de transparencia
en el manejo de los fondos del IOR, la banca oficial del Estado que dirige y
apertura de espacios para todos los sectores, desde el Opus Dei hasta la
Teología de la Liberación, para con quienes ha tenido especiales
consideraciones.
El cambio generacional en la Iglesia llegará cuando
el torbellino de iniciativas supere a los más ancianos jerarcas en su capacidad
de comprensión y acatamiento y los deje sentados, evidentemente anclados al
pasado y ajenos a un futuro que –como puede comprenderse- es la mayor promesa
que este papa argentino está formulando a sus fieles católicos: “Lo mejor –parece
decir- vendrá cuando yo ya no esté”.
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@DataVaticana
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