El abogado argentino, especializado en derecho canónico y defensor de víctimas de abuso por parte de sacerdotes, ofrece su opinión sobre la actitud del papa Francisco de recibir a víctimas de este tipo de delitos.
El papa Francisco celebró el 7 de julio pasado una misa donde fueron invitadas seis personas víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes católicos. La “novedad” alimenta la política demagógica de Bergoglio que lucha denodadamente para cambiar la imagen criminal de la iglesia católica.
Recibir a víctimas de abuso sexual no es algo nuevo. También los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI lo hicieron como un gesto que formaba parte del pedido de perdón al que ya nos tiene acostumbrados la iglesia cada vez que sus actos criminales salen a la luz.
Pero como es moneda corriente en las prácticas clericales, la manipulación e hipocresía también pudieron observarse en estos actos. En primer lugar, las víctimas “invitadas” fueron seleccionadas cuidadosamente. La invitación no fue para todos aquellos que hayan sufrido tan aberrantes hechos, encubiertos durante años por el “santo de los pedófilos” y su adlátere e ideólogo, ahora papa emérito. Es evidente que en su fingido gesto los funcionarios clericales no quisieron tener problemas con muchedumbre alguna de abusados. Sólo manipulan a unos pocos, es más fácil.
El dato ha sido corroborado por una carta que un grupo de argentinos - víctimas de curas abusadores -, le enviaron al pontífice recordándole que en nuestro país también existen numerosas personas que padecieron semejante delito clerical, llamándole la atención por no haberlos ni siquiera participado de la celebración.
La manipulación siguió con las declaraciones posteriores a la misa y reunión: “El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede habló con ellos y pudo constatar “la profunda gratitud que tenían hacia el Santo Padre”. En particular por haber “sido escuchados con mucha atención y disponibilidad” […] “cada uno manifestó según su sensibilidad, y sus sentimientos eran serenos y positivos”. Y añadió que “eran personas que se sentían gratas de haber vivido este encuentro” (1)
Gratitud, serenidad, atención, disponibilidad, sensibilidad, de las víctimas hacia el papa. Todo bien almidonado, al mejor estilo clerical. Pero ¿Se escucharon las voces de las víctimas? ¿Se les dio la palabra, para enterarnos lo que tienen para decir, cuáles son sus padecimientos? ¿Pudieron expresar públicamente su impresión? Para nada. Tratados como tratan al laicado, al rebaño servil y embobado, nuevamente se los silenció.
La farsa del acto litúrgico: violencia simbólica y revictimización
El oficio religioso fue dirigido al antropomorfo dios católico, creado a imagen y semejanza de los mismos criminales y encubridores que celebran sus ritos. El mismo que, supuestamente, todo lo sabe y conoce; el que eligió mediante un llamado vocacional a los delincuentes que violaron una y otra vez a cuantos niños, niñas y jóvenes les fueron confiados. A semejante “garante”, no habría que dedicarle ningún acto, sino pedirle explicaciones del mal y el daño que sus “representantes” cometieron y nunca evitó.
Ese dios ciego, sordo y mudo, es el responsable celestial de las millones de manchas de semen que ensucian las sotanas de sus “elegidos”, y que aún no se lavan, primero, porque la demagogia de Francisco sólo alcanza para blanquear mínimamente el aguantadero de pedófilos que aún mantienen, y segundo, porque el elemento clave que permitiría solucionar al descomunal problema - el sistema jurídico canónico -, siguen manteniéndolo, como mencionaremos seguidamente.
La misa celebrada con presencia de las víctimas fue una nueva manifestación de violencia simbólica y revictimización. Como sostiene Nuria Varela “La violencia simbólica no es “otro tipo de violencia” como la física, psicológica o económica, sino un continuo de actitudes, gestos, patrones de conducta y creencias, cuya conceptualización permite comprender la existencia de la opresión y subordinación, tanto de género, como de clase o raza. La violencia simbólica son los resortes que sostienen ese maltrato y lo perpetúan y está presente en todas las demás formas de violencia garantizando que sean efectivas” (2)
Y aquella violencia de los abusadores se vio proyectada en la misa presidida por Francisco donde las víctimas fueron, nuevamente, sojuzgadas y controladas, esta vez, por el jefe de los abusadores y su poder. Se utilizaron los elementos componentes de la religión, disfrazados de pedidos de perdón y reconciliación.
Abusos sexuales banalizados por la obediencia de cadáveres
En el libro “El alma de los verdugos”, Baltazar Garzón y Vicente Romero, haciendo referencia a los militares y genocidas argentinos, se preguntan ¿Quiénes son esos tipos que, tras despedirse de sus hijos con un beso, acuden a su trabajo como funcionarios ejemplares para torturar o asesinar a prisioneros políticos?
Aquellos genocidas eran, además, católicos confesos, de misa diaria, que habían jurado sobre su biblia, y luego cometieron las más grandes aberraciones. Muchos de ellos, al ser citados con posterioridad por la justicia, justificaron su accionar en la obediencia.
¿Puede aplicarse aquel interrogante a la reacción del laicado católico ante las medidas adoptadas por el Vaticano para frenar el flagelo de los abusos? Claro que sí. De modo que podríamos preguntar ¿por qué se adhiere acríticamente a las fingidas medidas de las autoridades clericales para paliar el flagelo? La respuesta es la misma: por obediencia. Hay cero autonomía y juicio crítico en grandes sectores del catolicismo, y eso trae la penosa consecuencia de banalizar el problema de los abusos sexuales del clero.
Ha sido Constantino Carvallo (citado por Gonzalo Gamio Gehri), quien abordó el problema de la obediencia dentro del catolicismo “que desliza al individuo hacia el ejercicio del mal banal, concepto arendtiano que describe el mal producido por la completa incapacidad de pensar” […] “la genuina idiotez de quienes no cuestionan las órdenes, y consideran que “se encuentran protegidos moralmente por ese blindaje que permite la obediencia” (3).
La misa celebrada por iniciativa de Bergoglio no hizo otra cosa que profundizar la banalización de un problema gravísimo, ante el cual el rebaño se limita a aceptar las medidas con ‘obediencia de cadáver’, sin intentar siquiera llevar a cabo algún tipo de control externo a las autoridades, ni presentar pedidos de informes y explicaciones.
¡Todos con la conciencia tranquila, no faltaba más!
El intocable sistema de prevaricación: continuidad del abuso de poder
Las medidas adoptadas desde Benedicto XVI (modificación de algunas normas internas), hasta la creación de la “Comisión para la protección de los menores”, por iniciativa de Francisco (que incluye a una víctima de abuso), no pasan de ser un vil maquillaje con que la criminal institución religiosa pretende convencer al mundo que se está solucionado el problema.
Quienes confirmaron que el sistema de prevaricato canónico sigue vigente fueron los Comités encargados de monitorear el cumplimiento, por parte de la Santa Sede, de la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes.
En sendos informes se le comunicó al estado confesional que debe reformar las normas jurídicas (canónicas como eclesiásticas), que aplica en los procedimientos por casos de abuso sexual del clero como condición necesaria para empezar el solucionar el problema. Ese es el punto y lo que se niegan a resolver.
Por eso, y por más que se celebren actos litúrgicos y se creen comisiones de investigación; por más que pidan perdón, que se digite la modificación de ciertas normas, y paguen indemnizaciones, todo seguirá bajo el paraguas de la prevaricación y el encubrimiento, ya que lo fundamental - garantizar la plena vigencia de los derechos humanos para las víctimas en el seno de la institución religiosa, en especial, la garantía de defensa en juicio, y derogar lisa y llanamente el “secreto pontificio” -, permanece sin reformar, intacto e inalterable dándole continuidad al feroz abuso de poder clerical.
La misa celebrada por Bergoglio como signo de reconciliación y pedido de perdón para con las víctimas de abuso sexual, ha sido una pantomima de lo que los católicos llaman “mesa del Señor”, y por esa razón, la misa de los demonios.
Notas
(1) “El Papa dio esperanza en el Vaticano a seis víctimas de abusos”, en www.zenit.org [ZS140707]
(2) “Violencia simbólica”, en nuriavarela.com/violencia-simbolica/
(3) “Autonomía moral, mal banal y 'catolicismo retro': comentarios a un texto de C. Carvallo”, en www.gonzalogamio.blogspot.com/.../gonzalo-gamio-gehri-el-da-sbado-12-de....
(*) Carlos Lombardo es abogado, especializado en derecho canónico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario